Esta historia es completamente
verídica, y en ella no hay ninguna exageración. Quizás mi historia
pueda ayudar a quienes pasen por una situación parecida. El once de
septiembre del año 2.001, el mismo día del atentado contra las
Torres Gemelas, como si un avión explotara contra mi sistema
nervioso, sufrí una severa crisis de ansiedad que me obligó a ir
con urgencia al hospital más cercano. La ansiedad que sufría era
tan fuerte que pensé que iba a morir por falta de aire, me asusté
muchísimo porque no podía respirar y se me comenzaron a dormir las
extremidades del cuerpo. Me dieron la baja médica y me recetaron
tranquilizantes.
La ansiedad acabó convirtiéndose en
fibromialgia, una enfermedad controvertida, que se refiere a un grupo
se síntomas y trastornos musculoesqueléticos poco entendidos, que
se caracteriza fundamentalmente por fatiga extrema, dolor persistente
y rigidez de intensidad variable. Algunos afirman que no debe
considerarse como una enfermedad debido a la falta de anormalidades
en el examen físico, en los exámenes de laboratorio objetivos o
estudios de imágenes médicas. Aunque históricamente ha sido
considerado un trastorno musculoesquelético y neuropsiquiátrico,
las evidencias de investigaciones realizadas en las últimas tres
décadas han puesto de manifiesto alteraciones en el sistema nervioso
central que afectan a regiones del cerebro que podrían estar
vinculadas tanto a los síntomas clínicos como fenómenos
descubiertos durante investigaciones clínicas. No existe una cura
universalmente aceptada para la fibromialgia, tan solo hay
tratamientos que han demostrado ser eficaces en la reducción de los
síntomas.
Después de dos años y medio tomando
tranquilizantes sin conseguir curación, me recetaron también
antidepresivos, que tampoco dieron ningún resultado. Hubo días que
mi dolor, tanto físico como emocional, era tan intenso que deseé
morirme, aunque nunca pensé en el suicidio. El traumatólogo me dijo
que nunca me curaría, que debía adaptarme a vivir con esta
enfermedad. A los problemas de salud se añadieron problemas
económicos, porque la pensión de enfermedad era muy baja. Y los
problemas de salud y económicos generaron problemas matrimoniales,
hasta el punto de estar al borde de la separación. Pero lo peor de
todo y más doloroso fue que la mayoría de personas de mi entorno,
no entendían mi enfermedad, así que me quedé sin el ánimo y el
consuelo de personas que para mí eran muy importantes.
Ya que la medicina tradicional no me
ofrecía ninguna esperanza, opté por abandonarla y elegir vías
alternativas. Mi primer paso para fortalecer mi organismo en general,
y restaurar mi estómago para una mejor absorción de las vitaminas y
minerales, fue tomar durante una temporada jalea real fresca. El
segundo paso fue tomar comprimidos de cola de caballo, que tienen una
acción analgésica muy fuerte, además de su capacidad de
regeneración del sistema óseo. Un tercer paso fue tomar comprimidos
de selenio para mejorar el metabolismo de mi organismo y por su
acción sobre el estado de ánimo. El cuarto paso fue tomar
infusiones de albahaca, por su efectividad para relajar la tensión
muscular involuntaria. Estos pasos fueron acompañados por cambios en
la dieta, como incluir mayor cantidad de frutas y eliminar el uso de
productos con cafeína.
En un primer período de dos años y
medio me dediqué a caminar por el campo cada día durante tres horas, y
luego en un segundo período que duró 18 meses practiqué una hora y
media diaria de natación. También tomaba cada día baños de sol de
dos horas, para la absorción del calcio, y sesiones de baños de
vapor o sauna intercaladas con duchas frías, para la purificación
del organismo. En este segundo periodo tomaba cada día el jugo de
dos limones mezclado con tres litros de agua. El método que utilicé
para no tener que recurrir de nuevo a los tranquilizantes cuando me
sentía muy tenso fue desahogarme llorando. En otras ocasiones
resultó una buena terapia ir a un lugar desierto y gritar con todas
mis fuerzas, hasta que finalmente conseguía llorar.
A paso de tortuga y luchando mucho,
empecé poco a poco a mejorar. La evolución fue muy lenta, pero fue
constante, y no dejé de luchar porque tampoco tenía otro camino que
escoger. Por fin vi la luz al final del túnel, y como El Ave Fénix
que resurge de sus cenizas, en diciembre de 2.005, cuatro largos años
después de mi crisis de ansiedad, me incorporé de nuevo al mercado
laboral. Esta larga y dolorosa enfermedad me enriqueció de diversas
maneras. Me hizo ver la importancia de cuidar la salud del cuerpo.
Desarrollaron en mí un espíritu de lucha increíble. Aprendí a
hacer frente a las grandes adversidades. También adquirí una mayor
sensibilidad y empatía hacia todos los que sufrían enfermedades.
Cambió radicalmente mi escala de valores, y como consecuencia, mis
aptitudes y comportamiento. Aprendí a mantener la esperanza por
encima de todo y me vi forzado a desarrollar mi fe en Dios. Además
de estas lecciones, aumentó mi capacidad de perdonar y pedir perdón.
Aunque los cuatro productos naturales
que he mencionado antes, la jalea real fresca, los comprimidos de
cola de caballo, los comprimidos de selenio y las infusiones de
albahaca, produjeron en mí resultados milagrosos, que me ayudaron a
vencer esta terrible enfermedad, tengo que advertir que este texto no
es una receta médica adecuada para todos los que padecen
fibromialgia, ya que cada persona es un mundo. He compartido mi
experiencia con esta enfermedad sobre todo para animar a todos
aquellos que la sufren a luchar y no perder la esperanza, y para
transmitirles este mensaje: La fibromialgia tiene curación, pero
tendrás que luchar mucho.
Juanjo Conejo
Estudiante de 1º de periodismo
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