CRÓNICA DE UNA VIOLACIÓN
Prólogo de Juanjo
Conejo:
Los que me conocen saben cuanto me gusta escribir relatos de
ficción, ya que me permite entrar a un mundo donde no hay más
límite que la capacidad para imaginar. La vida es tantas veces
cruel, que lamentablemente la realidad supera muchas veces la
ficción. Hoy no escribí un mágico cuento de hadas, ni una sensible
historia romántica. Hoy el deber de mi conciencia me obliga a
destapar un hecho espeluznante, la horrible violación a una inocente
niña de seis años, a quien llamaremos “La niña de los ojos de
oro”, porque así es el color de sus ojos. Si pudiera viajar en el
tiempo hacia el pasado, intentaría evitar los hechos que ella misma
describirá, y si ni aún así pudiera evitarlo, estrecharía a esa
niña entre mis brazos para transferirle toda la fuerza que en el
futuro ella pudiera necesitar. ¿Por qué le ocurrió a ella?, ¿Por
qué el cielo lo permitió?, ¿Podemos hacer a Dios responsable de
todas las maldades de este mundo?. Ella sabe quien lo hizo, pero
nunca lo dijo, el violador la amenazó con matarla. Ha permanecido
más de medio siglo en silencio, pero ahora ella ha dado el valiente
paso de hablar de ello, levantando su cabeza y manteniendo la
dignidad, porque la niña de los ojos de oro nunca hizo nada malo,
ella tan sólo fue una víctima más de hombres sin conciencia,
completamente ciegos para apreciar el valor de la inocencia de una
niña de seis años, esa clase de hombres que merecen el más duro de
los castigos.
Prólogo de la niña de los ojos de oro:
Estando
mirando relatos de Facebook encontré a un amigo, a Juanjo Conejo. Un
día, hablando por teléfono con él, me hizo una pregunta y al
responderle le mentí, posteriormente le conté la verdad y él me
sirvió de válvula de escape y de confidente. Más adelante, me
animó a que describiera el trágico capítulo de mi vida en un
relato. Me resultó muy difícil acceder, muchos recuerdos que
evocar, una vida muy dura para mí. Yo me limito a contar lo que me
pasó de niña, cuando tenía tan sólo seis años, y las
consecuencias y repercusión que este hecho tuvo y tiene en mi vida.
Espero que no se escandalicen porque está escrito para mayores de 18
años. También quiero solidarizarme con todos los niños y niñas
que han sufrido una violación, para que puedan llevar una vida
normal, sin traumas y sin tabús. Es la historia de mi vida, una
parte de mi autobiografía, y la verdad es que nunca pensé contarla.
Gracias, amigo Juanjo, por haber hecho que rompa mi silencio. Aunque
prefiero seguir en el anonimato, tengo ya sesenta años. Si sólo
sirve mi historia para conseguir que una sola persona se sienta
mejor, me doy por satisfecha.
LOS HECHOS
Agosto de 1.958. Con mis seis años estaba jugando en la
calle de mi pueblo, como muchas otras tardes de verano. Pasaba esas
temporadas con mi madre y mi abuelo, mi padre venía cuando tenía
vacaciones en su trabajo. Una tarde, me llamó un vecino para que
entrara y dejara dormir la siesta a los demás, me llevó a su casa y
me dijo que tenía que estar muy callada porque si despertaba a
alguien me castigarían, estuve de acuerdo y le dije que sí. Él me
subió a la mesa de la cocina y comenzó a decirme cosas bonitas
mientras me tocaba. Le dije que no me gustaba eso, intenté bajar de
la mesa y él me agarró muy fuerte, tanto que me hacía daño, no le
importó y comenzó a besarme, me daba asco y me escapé debajo de la
mesa. Él me agarró más fuerte y también se metió debajo de la
mesa. Empecé a gritar y comprobé lo que él me había dicho, que no
había nadie en la casa, sólo él y yo. Me dijo que podía gritar
todo lo que quisiera que nadie me iba a oír. Me quitó el vestido a
la fuerza y se rompió, me bajó las bragas mientras agarraba
fuertemente con una mano mis dos brazos. Empezó a respirar muy
rápido y se sacó el pene, una cosa tan grande como jamás había
visto, la verdad es que no había visto ninguno en erección, sólo
el de algún amigo de mi edad cuando hacía pis.
Él me tocaba por
todos los sitios, le dije que no me tocara las tetas, que yo no tenía
y que no quería que me crecieran. Me besó en la boca que yo
mantenía fuertemente cerrada, él me chupaba por todos los sitios.
Se había tumbado sobre mí, impidiéndome toda clase de movimientos,
sudaba mucho, estaba pegajoso y olía a rancio. Hoy en día diría
que ese olor se asemejaba al aliento de alguien que había bebido,
con seis años no entendía esa clase de olor. También tocaba mi ano
con su pene y con los dedos, le dije que me iba a hacer cacas si
seguía así porque mi culito se abría, lo abría él y yo sentía
esa sensación. Le repetí que me soltara. Intentó abrir mi boca
para meterme la lengua, le mordí y eso le enfureció mucho, me
agarró más fuerte e intentó meter su pene en mi vagina, al estar
enfurecido lo hizo con más fuerza y muchas veces.
Yo lloraba y
gritaba y eso le producía una sensación más brutal si cabe a él.
Le dije que eso no cabía en mi cosita, pero a él no le importó,
introducía su pene una y otra vez y yo llorando de dolor, como si me
hubieran roto las entrañas, desgarrado y partido el cuerpo y el alma
en dos. Le dije que por favor no se hiciera pis dentro de mí, pero
él eyaculó y yo gritando de impotencia, rabia, dolor y todo lo
inimaginable. Le llamé cerdo porque sí se había meado dentro, era
su semen. Me dijo con voz entrecortada que no me había meado. Me
repitió una y mil veces que si decía algo me mataría, que no le
podía contar eso a nadie, ni a mis padres, porque yo era una puta si
lo hacía. Te juro que yo no sabía lo que era ser puta, pero él me
dejó bien claro que como había hecho eso siempre sería una puta, y
que me podían matar por eso, él o cualquiera a quien se lo contara,
incluidos mis padres. Él se quedó menos tenso y menos rígido de lo
que había estado y yo conseguí escapar, con mi vestido roto y las
bragas en la mano.
Me fui a la huerta de mi abuelo y allí lloré
mucho, y me di cuenta de que estaba sangrando. Me limpié bien con
agua del bebedero de las vacas y cogí varias hojas de la higuera y
me las puse en la vagina para evitar seguir sangrando. También me
limpié con las bragas la saliva que había dejado por todo mi
cuerpo. Vomité toda la comida del asco que me producía ese
recuerdo. Luego, casi a la noche, me fui a casa, tenía miedo y mi
madre me preguntó dónde había estado y qué había hecho para
romperme el vestido. Le dije que había estado en la huerta jugando
con el perro, que me había subido a la higuera y que se me había
enganchado el vestido y por eso estaba roto, que me perdonara, y que
no lo volvería a hacer. Ella me riñó mucho y me castigó, creo que
hasta me pegó, aunque no solía hacerlo. Esa noche no dormí nada,
tenía dolor por todo el cuerpo, pero sobre todo en el alma. Luego me
salieron muchos hematomas, pero engañé a mi madre diciéndole que
me había caído, que me había peleado con otros niños y que me
había arañado en la higuera. No le dije que sangraba, cuando me
daba las bragas limpias las escondía y luego las metía en la
lavadora haciéndoles una bola.
Los días siguientes llovió y no
tuve que salir de casa, menos mal, imagínate cómo iba a ir a jugar
sin bragas y sangrando. La sangre paró, pero el dolor, sobre todo el
del alma, todavía están presentes. Volvimos a nuestra ciudad y yo
sólo pensaba que era una puta (averigüé su significado, a mi
manera). En el colegio me volví rebelde, me rebelaba contra todos,
incluso contra Dios por dejarme ser puta recién hecha mi primera
comunión. No quería comulgar más, estaba en pecado (pensaba yo) y
eso creó una indisciplina en el colegio que sólo lo aguantaban por
las buenas notas que sacaba. Las notas eran de “10” y haciendo
media con el “0” en conducta me daban el aprobado. Nunca he
tenido relaciones sexuales por el asco y dolor que me produjo todo
esto, me traumatizó para toda la vida. Vale
por hoy, mis lágrimas no empapan el papel porque escribo en el
ordenador, te juro que si lo hiciera en otro sitio la tinta se
correría y sería todo ininteligible. Mi parte de arriba del pijama
está empapada en lágrimas y te juro que son muy muy amargas.
Epílogo de Juanjo Conejo:
Han pasado 54 años, y la niña de los ojos de oro
me contó este secreto de su vida. Nunca antes ella lo había
desvelado. He tenido que reprimir las lágrimas para poder escribir
este texto, aunque igualmente mis ojos se han quedado húmedos, y aún
no he logrado deshacerme del nudo en la garganta. Después de
terminar de escribir este epílogo podré libremente romper a llorar.
Ya no es posible que el violador sea condenado, ni que esta mujer
reciba justicia. Clamo al cielo para que algún día, en algún
lugar, el Juez Supremo dicte su sentencia. ¿Escuchará Dios mi
ruego?. Entretanto a ti mujer, niña de los ojos de oro, te deseo
toda la felicidad que tu alma sea capaz de cobijar, para que puedas
borrar y olvidar que un día un monstruoso hombre se creyó con
derecho a robar tu inocencia y dejar tu alma marcada para toda la
vida. Es por ti, y por todas aquellas niñas y niños que han sido
víctimas de una violación, que hoy escribo sobre este tema
desgarrador, muy lejos de mis habituales cuentos infantiles y poemas
de amor. Quiero sacar a la luz un asunto tan delicado como este, para
que todo aquel que lea tu historia se sume a mi súplica a Dios por
la justicia divina.
Nota:
Estos hechos son reales. La víctima prefiere quedar en el anonimato.
Juanjo
Conejo
Estudiante de 1º de periodismo
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