Siempre
con el alma en vela para que las inertes palabras de tinta se
conviertan en devoradoras llamas de fuego, para expresar sobre el
papel el alma de las palabras.
Tenía
dos opciones, hundirme, o seguir flotando en el mar de la tinta
usando como barco mi pluma.
Correrán
ríos de tinta cuando la razón y la pasión en gotas de agua salada
se fusionen, deslizándose por las mejillas hasta morir en el mar, el
inmenso océano de la literatura.
Yo tengo una loca aventura amorosa con
un tintero, no puedo vivir con él, y tampoco sin él. Soy una pluma
que no quiere escribir, pero con demasiada frecuencia la tinta me
llama a gritos por las noches, también me susurra... A veces
quisiera estrellar el frasco de tinta contra el suelo, olvidarme que
las letras existen, porque me son tortura, siempre tan limitadas.
Cuando estoy a punto de lanzar con furia el frasco al suelo, observo
que la tinta está llorando, me dice entre llantos: "Necesito
una pluma para ser algo con valor". Entonces la tinta acaricia
mi alma, y me invaden nuevos sentimientos, nuevas formas de
expresión. Entonces yo también lloro, y mis lágrimas son de tinta,
y al caer sobre el papel se convierten en palabras.
Siempre
me ha fascinado convertir los sentimientos en palabras. Al igual que
al pintor le gusta plasmar con sus pinceles y colores la imagen que
ve con los ojos de su corazón, a mí me gusta utilizar palabras en
lugar de pinceles, sentimientos en lugar de colores. Cada texto es un
cuadro pintado por el autor. En ocasiones estos cuadros nos dicen
mucho acerca de sus autores. En cada personaje descrito suele
esconderse un poco o mucho del autor del relato. Yo me veo a mí
mismo en casi todos mis textos, los cuales la suma de ellos son como
un autoretrato.
¿Morir
sin dejar plasmado sobre el papel las emociones que experimenté?,
¿robar al mundo la posibilidad de poder sentir lo que yo sentí?. No
daré descanso a mi inquieta pluma, mucho menos ahora que la vida me
enseñó a golpes y suspiros, a apreciar la belleza que se esconde en
las cosas más sencillas y comunes. Si mi sangre es tinta, y mi
corazón una pluma, dejad que pinte sobre la piel del tiempo las
sinfonías de los sentimientos. Mi mayor pena es que me faltan
colores, las palabras tantas veces se quedan pequeñas para expresar
la grandeza de los sentimientos, que como olas que juegan el el mar,
acarician mi corazón dejando en mí una sensación de desbordante
felicidad. Y en ocasiones desborda tanto, que me parece irresistible.
Entonces se producen truenos y relámpagos en mi interior, que acaban
en una tormenta en mis ojos. Y Tengo ganas de gritar de felicidad,
porque no puedo expresarlo con palabras.
El
otro día un profesor de lengua española, a quien dí uno de mis
textos para que lo valorara, comentó mi texto con una cita de Truman
Capote: "Cuando Dios le entraga a uno un don, también le
entrega un látigo para autoflagelarse". Yo pienso en ese
sentido que ser “escritor" no es un título, es uno de esos
látigos con los que nos flagelamos. Ser escritor es estar siempre
bajo el peso de la responsabilidad, el deber que tenemos con el mundo
de poner el don a su servicio, y hacerlo con tal dedicación que no
nos conformemos nunca con la mediocridad.
Juanjo
Conejo
Estudiante de 1º de periodismo
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