El
miedo cierra la boca de los que temen por su vida. Se ríe en nuestra
cara la democracia, se burla de aquellos que no se dan cuenta de que
no se puede esclavizar mediante el poder de leyes injustas, hechas a
la medida de dictadores que se disfrazan de legalidad. Y los que
deberían ser ejemplo de civilización dejan entrever su inhumana
calaña. La conciencia natural, aquella que no está contaminada por
la política de los tiranos, habla a la más pura razón: todos
tienen el mismo derecho a elegir libremente su destino. Ante la
mirada de la justicia perfecta todas las naciones de la tierra tienen
la intrínseca potestad de disfrutar de un gobierno independiente o a
decidir libremente someterse a las políticas centrales de otros
gobiernos.
Usar
la superioridad para someter a los pueblos es un acto de crueldad. La
violencia contra los derechos fundamentales es una acción deliberada
de criminalidad cuyos argumentos de defensa nunca triunfarán en el
tribunal de la conciencia. Imponer la voluntad a la fuerza engendra
odio, mas los pactos que se firman desde un régimen de libertad
cosechan la paz. La estrategia del miedo al desastre se utiliza como
un arma arrojadiza contra los que aspiran a la independencia. Pero,
¿cuáles son las auténticas motivaciones de los que aspiran a una
nación libre?, ¿el estado del bienestar o el sentimiento de honor y
dignidad?, si la razón es el orgullo patriótico no hay que tener
miedo a perder el estatus económico.
La
sangre ha sido el precio de la libertad a lo largo de la historia,
¿quién está dispuesto a comprarla con esa moneda?. Cuando leo la
Declaración de Independencia de los Estados Unidos, de fecha 4 de
julio de 1776, firmada por Thomas Jefferson y Benjamin Franklin entre
otros grandes políticos de renombre, llaman poderosamente mi
atención las palabras finales: “Empeñamos mutuamente nuestras
vidas, nuestras fortunas y nuestro sagrado honor”. Esa frase fue el
broche de oro del discurso y la razón del éxito de semejante hazaña
política. Estaban dispuestos a todo. En ocasiones no hay otro
camino, siendo el riesgo y el peligro la única alternativa. Para ser
nación hace falta más que tener un himno y una bandera, es
indispensable un acto histórico de valentía.
11 de septiembre de 2015
Juanjo
Conejo
Estudiante de 3º curso de periodismo